Autor: Paúl Martínez
Son las 7 am y
llego nuevamente tarde a la Universidad. No es la primea vez que ocurre y
seguramente tampoco será la última. Comienzo a escribir este texto de manera
estrambótica y con letra de pre-kinder en el interior del bus que me lleva a mi
centro de estudios. No tuve tiempo de hacerlo en mi casa.
Pensar que
siempre nos falta tiempo. Y muchas veces lo pedimos insistentemente a Chronos (dícese
del nombre del dios griego del tiempo), con la esperanza de ser escuchados. Tal
como diría Bunbury en su buenos tiempos cantando en Héroes del Silencio: “Necesitamos el valioso tiempo, para no
saber que cojones hacer con él”.
Otras personas,
lo ven como algo afrentoso quizá engendrado por el mismísimo diablo, al
injuriarlo más de una vez, luego de llegar tarde a algún lugar –no necesito dar
mayor ejemplo que mi persona-. Así que decimos que estamos contra el tiempo; lo cual surja quizá de la idea romántica de que
tiempo es como un río y que nosotros, como siempre irreverentes, vamos contra
corriente.
Sin embargo, las
súplicas no son escuchadas. Los dioses nos abandonan nuevamente y entre
imprecaciones y palabras soeces surgen frases curiosas como: estoy contra el tiempo, ando sin tiempo o
el ya mencionado me falta tiempo.
¿En realidad nos
falta? Así como nos falta el dinero, ¿será algo que podemos gastar o ahorrar?
Pues también es común escuchar consejos como ¡no gastes tu tiempo! O el famoso el tiempo es oro que proviene del dicho anglosajón “The time is Money”.
Hay gente que
indudablemente vende su tiempo, quizá para escucharte como los psicólogos, o
como las y los recepcionistas de las líneas calientes con la diferencia de que
quizá éstos últimos resultan más eficaces solucionando problemas. Volviendo al
tema, el poder realizar transacciones comerciales con el tiempo implica el acto
de agarrarlo, de asirlo con las manos: lo cosificamos para poder poseerlo.
Desde el punto
de vista funcionalista, cumple un objetivo dentro del programado aparataje
social. Normas, actividades e incluso momentos recreativos y de diversión son
encasillados en las inexorables barreras del tiempo, y éste deja de ser una
construcción humana, un factor inherente al universo o un personaje poético –
literario para ser un elemento más al servicio del sistema piramidal y esquizofrénico
que habitamos.
La esquizofrenia
actúa mediante la encarnación de algo ilusorio mediante visiones. Se pueden ver
personas y objetos que no existen por todas partes llenos de vida e incluso
diciéndonos cosas. Los encarnamos. Así como encarnamos el tiempo en ese objeto
tantas veces odiado, tirado al suelo y pisoteado por todos, llamado reloj.
El efecto de
cosificarlo implica, no solo subestimarlo, sino también rebajarnos nosotros
mismos. Tal como lo indica el escritor y filósofo rumano Emil Ciorán en su obra
La Caída en el Tiempo (1966):
“El tiempo está de tal
manera constituido, que no resiste la insistencia del espíritu en sondearlo.
Ante ella su espesor desaparece, su trama se deshilacha y quedan únicamente
jirones con los que el analista debe conformarse. Y es que el tiempo no está
hecho para ser conocido sino para ser vivido: escudriñarlo, excavarlo, es
envilecerlo, es transformarlo en objeto. Quien en ello se empeña acabará por
tratar de la misma manera a su propio yo. Todo análisis es una profanación, y
es indecente entregarse a él. A medida que, para removerlos, descendemos en
nuestros secretos, pasamos de la incomodidad al malestar y del malestar al
horror.”
Los filósofos
clásicos se revuelcan en su tumba y Stephen Hawking en su silla de ruedas al
observar como el tiempo, de una forma poco reflexionada, pasa a formar parte de
la vida cotidiana en una sociedad ferozmente globalizante.
Como un intento
desesperado por homogenizar, la sociedad coptó un elemento que alguna vez fue
posibilidad de libertad y de descubrimiento de nuevos universos para
encerrarnos e imponernos fronteras. Contradictoriamente un ente ilimitado pasó
a ponernos límites. Tal es el caso del típico todo tiene su tiempo, que genera tiempos para dormir, para
trabajar, para jugar fútbol, para ir a
las chelas e incluso para el amor.
Como
contraposición, los magnates multimillonarios generan un discurso reproducido
ya en bastantes sectores y clases sociales, apelando a que si no ordenamos
nuestra vida dándonos tiempo para cada cosa, caeremos inevitablemente en una
anarquía y absoluto desorden social. Tenemos ahí una concepción comercial
del tiempo; misma que, naturalmente, responde a los intereses económicos de los
mencionados empresarios.
Está la concepción
anárquica del tiempo, que llega incluso a negar su existencia, infiriendo
que sin tiempo alcanzaríamos a vivir plenamente haciendo lo que queramos en
cualquier momento. Un caso típico lo observamos en los hippies comunes y
corrientes que hallamos bajo cualquier árbol disfrutando de los placeres
alucinógenos de reírse en la cara del tan vilipendiado Chronos.
La concepción
teórico – literaria del tiempo se puede encumbrar por dos caminos: ya sea
personificarlo como un ente caótico, tal como se lo realizó en Alicia en el País de las Maravillas, o
negando su existencia por completo, como lo haría Borges al sostener que el
pasado son solo recuerdos, el presente algo indefinido y el futuro algo
incierto.
Dentro de su concepción
física el tiempo es “la magnitud
física con la que medimos la duración o separación de
acontecimientos sujetos a cambio, de los sistemas sujetos a observación”.
Explicado de otra forma es “el período
que transcurre entre el estado del sistema cuando éste aparentaba un estado
X y el instante en el que X registra una variación perceptible para un observador
(o aparato de medida)”.
Representando un factor indispensable dentro de las complejas fórmulas que
pretenden descifrar el funcionamiento y el sentido de todos los fenómenos
dentro del universo. Pese a que, curiosamente, la Teoría de la Relatividad de
Einstein llega a cuestionar incluso la rigidez del tiempo [véase Teoría de la Relatividad Especial (Einstein, 1905) y Teoría de la
Relatividad General (Einstein, 1915)].

Éste tipo de
percepción del tiempo (lineal) se volvió, por el hecho de nacer en Europa, en
cuasi universal; apartándonos de una concepción más nuestra. Una percepción
cíclica del tiempo propuesta por nuestras comunidades andinas, donde las
cosas vuelven a suceder una y otra vez en circunstancias diversas, dentro de
una cosmovisión y una percepción de la realidad ahora muy complicado concebir
para nosotros.
Profundizar cada
una de estas formas de entender el tiempo llevaría toda una vida para no llegar
a ninguna conclusión, sin embargo, ahora quizá comprendamos que es un elemento
del que no podemos apropiarnos.
A momentos me
detengo y observo el reloj de la iglesia de la Basílica, con ese estilo neogótico
tan frío, imponente e hipnotizante. Y sin embargo lo miro con confianza, como
si fuera el guía etéreo de mi vida, de mis actos; como si en él hallara la
respuesta de cuál será mi siguiente paso.
Somos hijos del
tiempo, caminamos sincronizadamente y con prisa muchas veces hacia ningún lugar
bajo las órdenes inexpugnables de los segundos y sin embargo, nos sentimos
confiados y seguros. Navegamos por el mundo sin brújula alguna, y nos asimos
únicamente a nuestra pequeña embarcación construida en las ignotas fábricas del
tiempo.
Éste, sin
embargo, forma parte de nuestra vida y probablemente en la vejez nos
arrepintamos de haber malgastado nuestro tiempo. Pero no nos pertenece, ni
podemos huir de él, y aunque Ciorán defienda la tesis de que somos expulsados
del tiempo al perder total sentido de nuestra existencia, de todas formas y
para bien o para mal, el tiempo sigue allí. El punto ahora es reivindicar lo
humano que hay en él, despojarnos de las cadenas que nos han sido impuestas
distorsionándolo; para que vuelva a ser una posibilidad de libertad, un velero
infinito.
Junto a mi se
sienta un anciano, no sé quien es pero ambos tenemos algo en común: somos
presas del tiempo. Una complicidad tácita me hace pensar que quizá no deba
llegar tarde mañana a la universidad, poco me importa la verdad, pero
inevitablemente se que está allí junto a mi, en esa calidez esquizofrénica que
arrastra mis días hacia lo incierto.