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jueves, 30 de mayo de 2013

Rumbo a Sintra

Adaptación de "Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra" de Fernando Pessoa
Autor: Paúl Martínez


La luz de la luna hoy más que nunca arranca mis dudas más profundas. Es medianoche y mis pensamientos me vuelven indiferente ante esta carretera desierta. Es curioso como alguien puede pensar tantas cosas al mismo tiempo. Como todo un universo bajo un cielo infinito, y sin embargo, dentro de una conformación tan irrisoria. Pero hoy no me sentía así, ni siquiera me sentía en mi. Como si me viera desde fuera y no me reconociera ni reconociera este auto Chevrolet que me prestó un amigo, ni reconociera esta carretera por la que he transitado tantas veces desde Lisboa hasta Sintra. Como si ignorara que vengo desde Lisboa, que voy hacia Sintra, hacia un destino, hacia un horizonte cualquiera que fuere. No hay nada. Absolutamente nada.



La luz del luar me acompaña y el viento azota los cristales de este auto que no es mío. ¿Qué es mio? ¿Acaso no todas las cosas son prestadas y nosotros, en absoluta ignorancia nos apoderamos de ellas creyéndonos dueños y hasta protestándolas? Al sujetar el volante de esta fría máquina no puedo evitar pensar lo ajena que me es, asi como yo me soy ajeno y tantas cosas que utilicé, que utilizaré casi inconscientemente a lo largo de mi vida. Ustedes no creerán que soy abusivo, me siento mal, sumamente mal al tan siquiera atisbar lo ajeno que me es el mundo y cada pertícula que lo conforma. Y hoy, precisamente hoy, tan pequeño me encuentro bajo esta carretera que he transitado tantas veces ya que la sola sensación me parte el alma. Cuántas veces transitamos por tantas carreteras que nos llevan a tantas Lisboas y a tantas Sintras creyéndonos tan grandes, dueños de mundo. Pero no, todo es prestado como este Chevrolet que me prestó un amigo.
Me acomodo en el asiento como si buscase escapar de estas ideas escondiéndome en tan siquiera un poco de confort. Como si quisiera retroceder el tiempo hasta el momento en el que este mismo auto me hacía sentir libre, como si el mundo no pudiera alcanzarme y el viento me elevase hacia un destino prometedor, hacia algo y no hacia nada como ahora. Esa sensación de libertad tan efímera pero tan plena que ahora me abandona como yo voy abandonando metro tras metro el espacio que abandona aquella Lisboa que tanto extrañaré al llegar a Sintra. Pero como decía, hoy estoy preso, aunque les parezca ridículo, dentro de este auto. Ustedes seguramente se pondrán cómodos en sus asientos, en sus  camas, en sus sofás, en sus bancos, aún en una piedra en medio del camino y se sentirán libres. Banal y fútilmente libres. Pero yo estoy en un Chevrolet prestado destruyéndome por dentro sintiéndome preso de absolutamente todo en medio de absolutamente nada.  No puedo evitarlo. Para conducir tengo que estar encerrado: . Terriblemente necesario ya que tengo que incluirla a ella para que ella me incluya a mí. Sacrificio para dominar. Condición previa. El mundo exige condiciones. Vivir implica cosas y éstas a su vez otras cosas. Absurdo.
¿Y para qué todo esto se preguntarán ustedes al igual que yo? Sí, yo me lo pregunto cada momento aun más ahora que inconsciente y hasta mecánicamente conduzco esta máquina que promete, al parecer, llevarme hacia algún destino. Supongo que ustedes lo hacen, aunque quizás me equivoque ya que este mundo está plagado de gente que no mide tan siquiera el tamaño de sus pasos y va por ahí caminando, así como yo voy conduciendo, hacia ningún lugar, creyendo dominar y conducir sus vidas. Pensando que hay una meta, un objetivo. Esa gente me revuelve el estómago y en ocasiones no puedo evitar descubrirme en medio de ellos. Caminando como ellos y con ellos y hasta ignorando a veces, pero muy a veces (no vayan a pensar mal de mi) mi camino; creyéndome dueño de mi vida y sabiéndome seguro de mi mismo. Inmediatamente cuando lo descubro me aparto, me aíslo, camino solo lejos, lejos de toda esta gente, así como aquel día en el que me sentía terriblemente asqueado de tanta conformación absurda y mediocre.
Era un día soleado, terriblemente canicular y la gente salía a pasear por la plaza principal de Lisboa. Yo estaba allí, comprando la comida para la cena, tranquila, ingenuamente (como dije la vida exige condiciones), hasta que los vi pasar. Una mujer alta de buen porte y con ropa de seda azul traída desde el oriente. Sé de telas porque un tío mío tenía un almacén, donde yo le ayudaba los fines de semana, pero no soy un conocedor, no se crean. Usaba tacones altos y junto a ella un individuo de baja estatura que al parecer era el marido. Nada agraciado en verdad en comparación a la conformación humildemente bella y suave de su compañera, con esos ojos profundos pero tristes, inexorablemente tristes. La sujetaba fuertemente del brazo como si fuera a arrancárselo mientras la trataba como estúpida en la plaza pública. Apenas eso puedo deducir de lo que le gritaba que se oía a medias pero se miraba en sus facciones de ira. Al parecer el individuo la mantenía con su dinero y se creía con el privilegio de pasar por encima de ella a causa de esto. No era fácil escuchar con tanto ruido en la plaza pese a que ellos se hallaban a no más de dos metros de donde yo estaba. El vendedor estaba a su vez harto y hasta rojo del cólera de gritarme que sujetase los alimentos, que tenía más gente que atender, que de una buena vez le pague y me vaya. No tenía mucha paciencia en verdad pero yo compraba allí porque me agradaba ver los monumentos que había en el camino e inventar historias. Lo hago siempre.
Pero aun así no le hice caso al furibundo mercader ya que estaba impávido observando la escena, quizá muy común en Lisboa y en otras ciudades de una pareja peleando: él creyéndose dueño del mundo y ella sufriéndolo, sufriendo ese mundo que no le pertenece, que no tiene lugar para una mujer agraciada vestida con seda azul del oriente porque ya está hecho, sencillamente porque ya no hay nada que hacer. Él la abofeteó y ella cayó al suelo. No sé cómo ni en qué momento pero lo siguiente que recuerdo es que la ayudaba a levantarse aun estupefacto, no sé porqué lo hice. no me importa la gente y sus problemas, pero en esa ocasión la ayudé. Podrá decir muchas cosas, que lo hice por lástima, por tal o cual cosa pero no lo sé en verdad no lo sé.
La cuestión era que el tipo no estaba solo. Esos tipos que pegan mujeres y que están forrados de dinero nunca lo están, así que apenas la levanté vi el rostro del hombre enfurecido pero no como el del señor que me vendía los víveres (quien por cierto ahora se hallaba estupefacto al ver mi proceder, sosteniendo la funda de víveres como un perchero inerte), sino que su rostro era frío y cruel. Me encontré paralizado al observar unos brazos que me sujetaban fuertemente por la espalda y perdí el aliento al sentir un golpe que caía como ariete en mi estómago. Sentí que me partía en dos en uno de esos sueños que más bien son pesadillas y que terminan dejándole a uno agitado y angustiado por su integridad. Pero era real. Nadie hizo nada. Tampoco tuve tiempo de observar en derredor.
Lo siguiente que recuerdo es que me hallaba casi andando a gatas y escupiendo sangre hacia la casa de mi amigo, el único que tenía. No imaginan lo difícil que es encontrar un amigo en estos días. La gente es muy solapada y a nadie le importa absolutamente nada. Mi amigo es escritor, quizá por eso valga la pena hablar con él. Me recibió y sin decir nada me dio algo de comer e inmediatamente me tendió las llaves de su auto y me señaló con precisión un lugar donde me sentiría bien, se hallaba en Sintra a unas cuantas horas de Lisboa, no muy lejos. No lo pensé y le hice caso. Al llegar descubrí que tenía razón: al oeste se veía un hermoso paisaje que lindaba con el Océano Atlántico. Aquello era abrumador, fuera de lo humano. Al volver le di las gracias y desde entonces voy hacia allá cuando lo necesito. Él me presta su auto cuando puede. Hoy es uno de esos días.


Debo estarles cansando con mi relato pero el abrumador manto negro que cubre mi cabeza en esta medianoche hace que en medio de esta desolada carretera no pueda evitar pensar en todo aquello que me pesa como la gente estúpida. Y aunque esté yendo a aquel paraje siento que todos mis sentimientos se quedan atrás mío en Lisboa, aquella en que viví sin percibirlo y cada que me alejo me hace falta. Es que uno no puede evitar extrañar, poner parte de sí en todo, como yo en este auto.
Cambio de velocidad y acelero progresiva y sistemáticamente como elevándome en un cohete que va cada vez más rápido, rompiendo el viento y abriendo camino en el horizonte cual bólido, cual cometa, cual estrella fugaz. Así como fugaces mis pensamientos. Así como fugaz la vida y los momentos. ¿Y para qué todo esto? me sigo preguntando. Para nada. Esta agonía del espíritu por nada. Ya casi es como si esta carretera fuera un sueño y toda mi vida también. Y esta inquietud carece terrible, pero ineluctablemente, de propósito, de consecuencia, ya que no hay nada. Todo es por nada.
Al dar la vuelta en medio de estos campos de sombras, veo a mi derecha una casucha al borde del camino debajo de la luna que resplandece vigorosa a lo lejos. Es un recinto precario, menos que modesto y sin embargo, me pongo a pensar que la vida allí, dentro de esas maderas forradas en moho y humedad, debe ser mucho mejor que la mía. Solo porque no es mía.
Estarán tan equivocados los que habitan aquella casucha si al observar por la ventana piensan tan solo un momento: ¡ese sí que es feliz! Si el niño que me observa a través del cristal medio roto con los ojos brillando me considera como un sueño, como un hada real; y si la muchacha que al escuchar el motor desde la cocina que se halla al piso de abajo me mira cual príncipe que hay en todo en todo corazón de muchacha e incluso me sigue con la mirada hasta perderme en la siguiente curva... ¡Cuán equivocados estarán!
Yo no sé bien si soy yo el que al continuar este camino sin sentido va dejando los recuerdos a su espalda o es el auto el que los deja, si es el que conduce el auto o si es el auto que conduzco desconsoladamente. Y así me voy perdiendo en la carretera futura, sumiéndome en la distancia que alcanzo, acelerando movido por un deseo terrible, incontrolable, violento y súbito.


Pero aunque avance indudablemente, mi corazón se quedó atrás, en el camino recorrido, en las piedras desdeñadas, en la puerta de la casucha, cada metro atravesado. Voy con el corazón vacío, insatisfecho que resulta ser más humano que yo y más exacto que la vida. Y en esta carretera vacía a medianoche en un silencio insoportable, cada vez más cerca de Sintra, cada vez mas lejos de mí, continúo mi camino.

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